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Lunes 3/02/2014

ALBERT FONTSERE

Probablemente, este tema sea uno de los más difíciles de tratar y comentar, ya que habla sobre la muerte. Para algunos, morir es un regalo de Dios, ya que nos llevará a un mundo mejor; para otros, morir es el final de todo lo vivido y el comienzo de nada.

 

 

La pregunta es: si alguien está en fase terminal, o padece de una enfermedad, ¿tiene derecho a morir? Personalmente creo que nadie debe dar su opinión ni responder a ninguna pregunta cuando no está en la piel del damnificado. Aquí entra la parte más importante de mi argumento; el que sufre, el que padece, el que llora de dolor impotente por no poder hacer nada para que su vida siga correctamente. Que además, tiene que estar contemplando cómo pasan los días, las horas, los minutos y cada segundo de su vida, que será igual que el anterior y como el posterior. Cada uno decide lo que hace con su vida.

 

 

Es difícil, ya que si en algún caso la persona no está en condiciones de explicar ni de argumentar su derecho a morir, hay países en los que las leyes establecen que el familiar más cercano será el que decida por él. Aquí es donde entra mi indignación; ¿qué tiene esa persona para que pueda decidir por otra? Es complicado, muy complicado, ya que esa persona dejará de sentir, de respirar, de ver, de oír…

 

Personalmente, la muerte es mi mayor miedo. Me encanta vivir, me encanta sentir, me encanta que mi cuerpo esté alegre solo con ver a ciertas personas. Me encanta sentirme vivo haciendo deporte, me encanta salir de copas con mis amigos. Pero si en algún momento soy incapaz de poder hacer todo lo que me hace sentir vivo, no creo que deba seguir.

 

Reciente caso de un atleta belga, que a sus 95 años de edad, se somete a eutanasia ya que no tiene miedo a la muerte. Acabo con su vida, después de tomar unas copas de champán junto a sus seres queridos. Él ha decidido lo que hacer con su propia vida, que es lo que deberíamos hacer todos. Parecerá raro, extravagante y surrealista, pero lo más coherente sería que a la mayoría de edad, cada joven se sometiera a una pequeña intervención médica donde le revisaran por completo; un análisis, pruebas de esfuerzo, tac y diferentes pruebas médicas para comprobar su estado físico y si padece alguna enfermedad, tratarla. Con todo eso, al finalizar las pruebas, el doctor debería someter al paciente a una encuesta. La encuesta de su vida. Entre esa encuesta debería formularse la siguiente pregunta en cuestión: ¿Eutanasia, sí o no? Y a partir de ahí, si algún día el paciente está en estado crítico, su decisión sería la que se llevaría a cabo, no la que su ser querido decida.

 

 

Con todo esto no me gustaría acabar con el mal sabor de boca de una muerte premeditada, así que no pienses en la muerte, piensa en la vida, en cómo sentirte vivo, no haciendo lo que el mundo hace, sino haciendo aquello para crear tu mundo.

 

 

 

Martes 4/02/2014

ALEX CARVI

Ya en la Antigua Grecia y Roma existían diferentes métodos para agilizar el sufrimiento de las personas cuando éstas se debatían entre la vida y la muerte.

El problema era la errónea concepción que tenían de la vida; no le daban valor, ya fuera porque creían en una vida en el más allá o porque Dios los había concebido. En la actualidad, la eutanasia continúa en uso, no obstante, la visión de la vida es mucho más agradecida que la de antaño.

 

Personalmente, estoy a favor de la eutanasia siempre que se respeten unos términos básicos, como la aprobación de sus familiares, la voluntad del paciente ( siempre comprobando que esté en su sano juicio) y la decisión médica. Imaginemos el caso de un paciente con una inmovilización total de su cuerpo debido a alguna enfermedad; su voluntad, en mi opinión, será primordial a la hora de decidir si quiere continuar en este mundo.

 

Desde mi punto de vista es totalmente respetable; pero en el caso en que nos encontráramos con un paciente en coma, el cual no puede expresar su voluntad, ¿cómo afrontaríamos el tema? ¿Dejaríamos que el médico o la familia tomara una decisión tan personal y privada como decidir sobre una vida ajena? Si se diera este caso, al menos yo preferiría no hacer uso de la eutanasia ya que estaría tomando una decisión muy difícil.

 

En este tema de la eutanasia, hay puntos a favor y en contra; yo en este caso encuentro más a favor siempre que se haga un buen uso y una prueba al paciente de su estado psicológico. Yo preferiría morir tranquilo y en paz antes que agonizar y estar moribundo en una cama esperando mi momento. Pero también es verdad, que mientras haya vida hay esperanza.

 

 

Miércoles 5/02/2014

IRAIDE OLALDE

 

El Senado belga decidió recientemente ampliar la eutanasia a los menores de edad, siempre y cuando el menor sea capaz de discernir, tenga una enfermedad incurable y se encuentre en fase terminal. Para ello, hará falta el diagnóstico de un equipo médico y el acuerdo de los padres. El 75% de los ciudadanos belgas apoyan la medida.

 

Avanzando a pasos agigantados, Bélgica continúa en su lucha por el derecho a morir. En 2002, reguló el derecho a la eutanasia y ahora, se reabre el debate incluyendo a los menores en sus medidas legislativas. Bélgica, junto a Holanda, Luxemburgo y Suiza, son los únicos países europeos con la eutanasia regulada.

 

Cambiamos de país y enfocamos a ese otro, que entre recortes, reajustes y leyes prehistóricas, ocupa portadas de periódicos nacionales e internacionales. España. Aquí, ni la eutanasia ni el suicidio asistido son legales. Sí en cambio se permite la sedación terminal: dar medicación para calmar los dolores insufribles aún a costa de que acorten la vida. Pero queda prohibido terminar con ella.

 

Y entonces, empiezo a plantearme ciertas cosas. Dejemos de lado el aborto, los desahucios, la crisis económica y demás desastres sociales que nos están “cayendo del cielo”, por decirlo sutilmente. Centrémonos en la eutanasia. En el derecho a morir.

 

Y hagámonos todos una pregunta: ¿Quién es el dueño de mi vida? ¿Y de mi muerte?

 

Si yo quiero morir; si no me quedan razones para seguir; si el dolor se clava en mí cada minuto de mi vida; si no tengo esperanzas; si tengo una enfermedad incurable; si sólo puedo llorar, ¿Quiénes son ellos para prohibirme terminar con la agonía? Hablo de ellos; de los de arriba. Los que hacen y firman las leyes.

 

Imaginémonos a ese menor de edad en su pequeña habitación de hospital, rodeado de amigos y familiares. Va tachando cada día en su calendario. Un día menos de dolor. Cuando un niño debería tachar calendarios para contar cuánto le quedan para sus vacaciones de verano. Para el camping con los amigos. Para la excursión de fin de curso.

 

Ese menor de edad, que ve cómo sus compañeros de habitación, salen y nunca vuelven a entrar. Doloridos. Agotados. Cansados de vivir. De luchar contra lo imposible.

 

¿Quién es el Gobierno para decirle que siga? ¿Quiénes son ellos para decidir cuándo terminar con el dolor de alguien?

 

A lo mejor debiéramos tomar ejemplo de Bélgica. En España, nos cortan las alas para vivir. Y también para morir. Como consuelo, y si lo que quiero es acabar con mi vida, sólo me permiten tomar medicación para que me duela un poco menos.

 

Queda desde luego lugar para la reflexión. Para terminar, dejo esta cita de Gerlant Van Bearlear, un pediatra de la Universidad de Ziekenhuis y defensor de la nueva ley belga:

 

“No estamos jugando a ser Dios, son vidas que igual van a terminar en cualquier caso. Su final natural puede ser miserable, muy doloroso u horrible y seguramente habrán visto a muchos amigos en instituciones u hospitales morir de la misma enfermedad. Si ellos afirman “no quiero morir de esa forma sino a mi manera”, y es lo único que podemos hacer por ellos como doctores, entonces creo que deberíamos tener la capacidad de hacerlo”. 

 

 

 

 

 

Jueves 6/02/2014

AXEL FERNANDEZ

Tumbado sobre mis llagas sigo contemplando el blanco techo de mi habitación; blanco, liso, con una larga luz que me recuerda a los amaneceres vividos contigo sobre cumbres nevadas. Amaneceres en que nos abrazábamos sintiendo el calor de nuestros cuerpos. El tacto de la piel, el calor de tu espalda junto a mi vientre. Instantes que nunca creí recordar con tanta intensidad. Mi cuerpo no siente. No hay calor, frío, piel que pueda hacerme sentir el calor que tanto añoro.

 

Centro mi mirada en las grietas que brotan de la lámpara recorriendo el suave techo. Negras grietas como raíces que brotan entre la tierra, anclando centenarios árboles a su preciado lecho. Lecho de vida y muerte. Lugar en donde ser azotado por lluvia, viento, nieve y sol. Impasible, quieto, sin ánimo, voluntad ni fuerza. Hace tiempo que no va a verle el niño que allí depositó sus semillas. El niño que cuidó de él durante tantos años ha crecido y hecho su vida. Tan siquiera queda en él el recuerdo de que un día amó al que veía crecer.

 

Mi esposa e hijos solían venir a diario junto con familiares y amigos que poco a poco fueron buscando el desapego que aleja del sufrimiento de ver al ser querido azotado por el tiempo. De ver como mi mirada se enfría, como mi silencio ensordece el zumbido de la ciencia que me mantiene vivo. Cada día envuelvo más mi realidad entre mis fantasías y tal vez por no ver sufrir, trato de ser odiado. Tanto da. Ellos siguen aquí. Demostrando a diario el incondicional amor que me dedican con su compañía. Estoy, no soy. Solo acompañáis mi estar y amáis a mi ser.

 

Escondo mi dolor tras ojos brillantes que desean poner fin al sufrimiento que veo tras vuestras sonrisas. No merecéis esto. Yo tampoco. Mis días aquí finalizaron hace ya mucho tiempo. Vuestra compañía tan solo os priva de una vida que ya nunca recuperareis y yo, yo tan solo quiero abandonar vuestras lágrimas y emprender un viaje sin marcha atrás hacia un lugar, en el que con certeza, brotarán menos lágrimas que aquí.

 

Dejad que parta hacia lo desconocido, pues lo conocido me espanta. Dejad de anhelar nuestra libertad y dejadme marchar, para así, olvidar el dolor y la soledad de mi inerte cuerpo.

 

Hoy venís todos. Con amplias sonrisas tras ojos hinchados e inyectados en sangre. Me explicáis que se ha votado una nueva ley que ofrece el derecho a morir dignamente. Veis iluminarse mi cara. Emergen lágrimas de mis ojos nuevamente, pero esta vez no son amargas. Vuelvo a sentir su sabor salado. Os avalanzais sobre mi. Vuestros abrazos enfrían aún más el cuerpo que no os siente. Deseo tanto volver a sentir uno de vuestros abrazos antes de partir.

 

Por primera vez en años siento de nuevo calor. Siento de nuevo el cuerpo que me fue arrebatado. Olvido siento el dolor que formaba parte de mí. Cierro los ojos y avanzo hacia lo desconocido, elevándome sobre vosotros que miráis el cuerpo que por fin abandono.

 

Ahora que por fin he partido, me pregunto si tal vez hubiera merecido la pena estar unos años más habitando ese cuerpo que ya no era mio. Si habría sido capaz de soportar un poco más de tiempo el sufrimiento que nos hacía insensibles. Si tal vez la ciencia que logra milagros a diario habría logrado algún día volver a sentiros como tanto anhelo. Si algún día podría haber vuelto a ser y estar a vuestro lado. Pero eso son preguntas que nunca sabré responder.

Dejad de llorar mi cuerpo, pues él ha sido mi sufrimiento y recordad mi anhelo, el que me mantuvo vivo.

Viernes 7/02/2014

BORJA HEREDERO

La muerte como definición de final lleva demasiados años siendo el temor por el que todos sufrimos. El final del camino al que tanto nos aferramos, pero que en ocasiones puede llegar a ser nuestro mayor error.

 

 

La vida es bella, decían algunos, y no seré yo quien los contradiga. Pero en el centro de su belleza también reside su maldición.

El tener que decidir sobre nuestro propio final nos aterroriza pero a su vez nos puede dar la libertad que en muchos casos anhelamos.

 

 

La eutanasia como solución me parece un remedio tan válido como en algunos casos lo es la cura de una enfermedad.

¿Quién es juez en mi deseo de existir? Personalmente, no me gustaría verme en una cama postrado eternamente, siendo más una molestia que un beneficio.

Entiendo perfectamente el dolor de los seres queridos que sufren la pérdida de alguien importante, pero hay que mirar más allá y valorar la forma en la que tu ser querido vivirá.

 

 

Francamente, poner fin a una vida no es plato de buen gusto para nadie, pero personalmente preferiría dejar esta vida con la humanidad de ser recordado por quién era y no por un recuerdo de aquel que un día fui y que hoy sobrevive en una cama postrado eternamente.

 

 

 

La eutanasia es una solución para algunos, para otros es impensable, pero hay que recordar que quien debe decidir es la persona que desea marchar; no nos aferremos a mantener con vida una esperanza que todos sabemos que jamás se producirá.

 

 

 

Mi opinión personal sobre la decisión de morir con dignidad es el reflejo de las duras decisiones que en vida debemos tomar; todo acto tiene sus consecuencias y en éste hay que valorar si mantener con vida el recuerdo de lo que fuimos y mantenernos vivos en los recuerdos de los que siguen en vida.

 

 

 

Frase del Director

 

 

* Elegir donde permanecer es un derecho y elijo estar en tu recuerdo... *

 

 

 

 

 

 


 

 

MIGUEL P.CAMPOS

"Expresador" Invitado.

Sábado 8/02/2014

 

 

La muerte, parte final de la vida, es para muchas sociedades un tabú; no obstante, se han escrito ríos de tinta sobre este tema. Maneras de morir hay miles, pero, ¿cuál es la más digna? En esta disyuntiva se enfrentan dos visiones de un asunto universal, ya que para bien o para mal, todos moriremos.

 

Los partidarios de que sólo Dios puede llevarse la vida del ser que creó en su amor infinito, ¿no se han planteado que si esta muerte es lenta, dolorosa o agónica, llene de sufrimiento a éste y a sus más allegados? La respuesta parece ser que no, ya que lo que Dios hizo, Dios debe deshacerlo. En una posición antagónica se halla la postura de los que buscamos, y me incluyo, una muerte digna llegado el punto en el que nuestra calidad de vida o esperanza de supervivencia sea ínfima.

 

Por una parte, mi empatía me obliga a entender la postura contraria, pero como decía mi difunta abuela, “comprendo, pero no comparto”. Ésta murió el 30 de septiembre a los 92 años; tuvo una muerte indolora, fugaz, como una despedida a la francesa, una muerte que para mí quisiera, pues estuvo lúcida hasta el último momento. Recientemente, murió el ex primer ministro israelí Ariel Sharon tras 8 años en coma; creo que la noticia se comenta sola, pero esto es la puta verdad, así que a degüello.

 

Durante 8 años de su vida, si se la puede catalogar así, el señor Sharon no fue consciente de su situación, pero para los beatos de esa confesión tan sólo Jehová puede llevárselo; he de decir que ese hombre sufría sobrepeso y que el pobre Altísimo debió sufrir una hernia. Por otra parte, está el tema del testamento vital, testamento al que yo personalmente me he adherido.

 

Llegado el penoso caso de que mi vida dependiese de respiración asistida y sedación y mi estado fuese languideciendo progresivamente, yo pediré que no se me alargue la vida artificialmente y me dejen morir tranquilo. Otro supuesto es el de Ramón Sanpedro, una persona que quiso suicidarse pero no pudo, quedando parapléjico y totalmente consciente de su penosa situación; en el marco legal español la eutanasia, palabra tabú, es delito, como también lo es el aborto porque sí (léase mi sarcasmo).

 

Si alguien tiene arrestos para suicidarse nadie acudirá al entorno inmediato para ver quién o qué influyó en ese acto contra-natura a los ojos de Dios, pero si alguien pide en su sano juicio que lo ayuden a morir, es delito. Curiosa paradoja la que se presenta cuando dejan vivir, si es el verbo adecuado, a una persona ajena a su entorno y posiblemente en muerte cerebral y al sujeto que decide que quiere dejar esta vida dignamente se le niega ese derecho. ¿Esto quiere decir que la eutanasia no se practica en España? Me temo que como tenemos por costumbre en nuestro bello país, la clandestinidad impera, pero, ¿es normal que este acto de caridad sea castigado igual que un asesinato o un atentado? ¿Están al mismo nivel? Preguntas que dejo sin respuesta pues es el lector crítico el que deberá hallarlas.

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