
LaPutaVerdad
Lunes 28/04/2014
ADIAROZ SÁNCHEZ


Te estás muriendo. Tres palabras que nunca desearías escuchar.
Tres palabras que en un instante lo cambiarían todo.
Si hoy te las dijeran ¿Cómo reaccionarías? ¿Qué sentirías? Pero sobre todo ¿qué harías?
Supongo que lo primero sería pensar ¡no me puede estar pasando esto! Después vendría el clásico ¿por qué? Y cuando hubieras buscado y repetido mil veces respuestas absurdas se te plantearía la siguiente cuestión ¿cómo se lo digo a mis seres queridos?
Ver en sus ojos tal sufrimiento sería igual que estar muerto en vida. Porque sabes que sin ellos todo pierde su sentido. Porque nunca te perdonarías todas las lágrimas que a estos les causarías. Porque tú te irías y no volverías a sentir nada; sin embargo, ellos seguirían y cada vez que vieran tu retrato, caminaran por vuestros lugares o recordaran tu sonrisa, se derrumbarían. Y tú nunca querrías que tu madre, tu hermano, tu pareja y tu mejor amigo pasaran por eso.
Entonces, podrías optar por callar. Callarte, por un lado, impediría que ellos imaginaran tu continuo estado de agonía y, por otro, les libraría del terrible sentimiento de la impotencia al verte apagarte un poco más cada día sin que ellos pudieran hacer nada para impedirlo.
Pero el silencio en esos casos no ayuda, por el contrario, se convierte siempre en tu peor enemigo. Pues, cuando uno cree que pronto dejará de existir, lo que más desea y necesita es decir y hacer todo lo posible para convencerse a sí mismo de que su existencia ha servido. Y tener títulos, tener un buen coche o un gran trabajo no basta para hacerte sentir pleno o satisfecho.
Porque lo que de verdad hace falta, en esos dramáticos momentos, es comprobar que tienes a alguien que te abrace y te diga “Te quiero. Y, aunque te vayas, por como eres, por como has sido y por como seguirás siendo dentro de mí, te seguiré queriendo”.
Martes 29/04/2014
ALBERT FONTSERÉ

Estoy completamente seguro de que a mayor o menor grado el mundo tiene miedo a la muerte. La vida es un regalo, un regalo para disfrutar y ser feliz y es por eso por lo que pienso que la muerte es un gran miedo ya que es el fin de todo. El fin de llorar, ver, oír, reír, pensar, amar, un sinfín de sensaciones que son las que realmente nos hacen sentir vivos.
También esta la parte de gente que piensa en la reencarnación o que después de la muerte habrá una mejor vida. Esa gente probablemente diga que no tiene miedo ya que el después será mejor, pero igualmente un mínimo de miedo debe tener.
Siempre he pensado que después de la muerte no ocurre nada. Es como dormir, pero sin soñar. Pensar todas esas veces que habéis dormido 8 horas seguidas y no os acordáis de ningún sueño soñado y os levantáis diciendo, estoy descansado, pero no me he dado cuenta de nada durante 8 horas. Pues eso yo pienso que es lo que ocurre después de la muerte, pero con una diferencia, en cambio, de estar 8 horas, estarás un tiempo infinito.
Probablemente sea la mejor opción para que ocurriera ya que no sufriríamos en ningún infierno ni nada parecido después de morir. Personalmente creo que es lo peor que puede pasar, la muerte, por lo que mencionaba antes. Dejar de sentir creo que es lo peor que le pueden sacar a un ser humano ya que sentir cualquier tipo de sensación es lo que nos hace sentir realmente vivo, y si en algún momento no podemos sentir nada de eso, nos sentiríamos muertos.
Por eso mismo, hay que vivir, ser feliz con lo que se tiene y disfrutar de cada uno de esos momentos que tenemos y nos hacen sentir vivos, ya que la muerte siempre gana.
Miércoles 30/04/2014
IRAIDE OLALDE

No cabe duda de que el ser humano es el animal más complejo. Nuestra vida, desde principio a fin, está repleta de incongruencias, sentimientos confrontados, pensamientos irracionales y enfrentamientos incluso con nosotros mismos. Como si la vida no fuera de por sí suficientemente complicada, nos hemos empeñado en convertirla aún más. Y en muchos casos, nos han enseñado a complicar la vida de manera automática.
Hablo del miedo. Del miedo a la muerte, para ser más exactos. Un miedo natural y global. Tenemos miedo porque desde pequeños nos han enseñado a tenerlo. Hemos sido amaestrados, literalmente, para tener auténtico pánico a morir. La muerte, la soledad tras esta, la nada… Conceptos indudablemente negativos desde que tenemos uso de razón. Los funerales, los cementerios, los coches fúnebres… Una larga lista de conceptos, lugares y sentimientos a los que nos han enseñado a tener miedo.
Algunas personas, incluso, desarrollan la fobia a la muerte, que aparece cuando el miedo natural que todos tenemos a la muerte se convierte en un pánico que no atiende a razones. Personas que sufren más de la cuenta, sin poder disfrutar de la vida, atormentadas con la idea de la muerte.
Nos han enseñado a tener miedo a la muerte. Se han empeñado en ello; todos, en lo profundo de nuestro ser, tememos que un día no despertemos más, que todo sea oscuridad, que familiares mueran y reine la soledad.
Pero nadie nos ha enseñado a tener ansias de vida. Nadie nos ha enseñado a aprender a disfrutar de cada momento de la vida sin que la sombra de la muerte esté presente. Al acecho. No podemos fumar porque tendremos un devastador cáncer que nos matará. Si bebemos acabaremos intoxicados, o peor aún, con un cáncer de hígado. Podemos intoxicarnos con alimentos. Puedo pasear y ser atropellada. Cuidado con los caramelos a la puerta del colegio. El café es adictivo. Los porros también. El amor también. Abrígate que hace frío. Cuidado con la Gripe A.
Pero nadie nos explica que muchas veces, la vida consiste en correr peligros. Que si no arriesgamos, no ganamos. Que la muerte, sí, está ahí. Aparece cuando quiere, cuando más le apetece sin atender a edad ni género. Puedo haber fumado toda la vida y morir con 93 años. Y puedo mañana salir de casa y morir por un macetazo en la cabeza.
Por eso mismo, precisamente porque la muerte es impredecible, tenemos que olvidarnos de ella y disfrutar de vivir. Tenemos que ver a la muerte como la segunda parte de nuestra historia. Y mientras estemos en la primera parte y seamos protagonistas innatos de este gran teatro, las palabras disfrutar, amar, riesgo y felicidad son las únicas que pueden ser pronunciadas.
Y si viene la muerte, que por lo menos, abandonemos este mundo con la sensación de hacer hecho en cada momento lo que nuestro cuerpo pedía.
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Jueves 01/05/2014
NACHO FERNANDEZ

Somos los únicos seres vivos de la creación conocida que reflexionamos sobre nuestra propia existencia. Nos hacemos preguntas. A dónde vamos. Quiénes somos. De dónde venimos.
La respuesta biológica ante la pérdida de uno de nuestros semejantes o ante la posibilidad de que la muerte nos ocurra a nosotros mismos es la de sentir angustia, ansiedad… miedo.
Pero, ¿por qué? En realidad está en nuestra experiencia vital: cada unos de nosotros somos exclusivos, únicos, irrepetibles. Nuestros genes, los de cada individuo, jamás se volverán a repetir. Y eso nos aterra.
Como seres extremadamente complejos, nuestra mente se ve obligada a crear un horizonte de posibilidades que justifique el final de la vida. Esto, sumado a las experiencias cercanas a la muerte de muchas personas que hablan de túneles de luz, voces de sus familiares desde el más allá, experiencias extracorporales… nos reafirma la posibilidad de que, ciertamente, existe “algo” que nos espera una vez que nuestra vida se acabe. Y esa mínima esperanza nos reconforta.
Establecer vínculos entre nosotros nos ayuda a crecer y desarrollarnos como personas. Y cuanto más fuerte es este vínculo más duele perderlo para siempre.
Esa es la idea que creo que más terror nos infunde. La eternidad. La nada permanente.
De todos modos, pensad también que sería estúpido vivir sin expectativas de morir algún día. A todos nos ha de llegar el momento. Todo tiene un principio y un final y eso es precisamente el hecho que nos debería motivar a todos a vivir el regalo que se nos ha dado aprovechándolo al máximo.
La muerte puede parecernos “injusta” o “cruel”, pero no podemos atribuirle esas características al hecho en sí, sino, en todo caso, a todo lo que rodee las circunstancias de la muerte de cada ser. Preocuparnos por tener una muerte digna sí es merecedor de todos los desvelos posibles y eso es lo que nos hace humanos.
Quizá a la pregunta: “¿Tenemos miedo a la muerte?” hubiera que añadirle un matiz distinto: ¿Tenemos miedo a cómo será la muerte?
O quizás debería ser: ¿Tenemos miedo a morir sin haber vivido todo lo que podíamos? A esta última pregunta, yo, personalmente, respondería Sí.
Viernes 02/05/2014
CARLA RIBERA

La primera vez que realmente vislumbré la muerte en toda su grandeza fue a mis catorce años. Y me di cuenta de que no siempre esta aparece de pronto por una larga enfermedad, un ataque al corazón o a través de un vehículo a cuatro ruedas. En mi caso, fue porque un amor muy querido decidió dejarla entrar en su casa, invitarla a un café e irse lejos los dos, cogidos de la mano. De mala gana, aprendí que hay veces en que uno no abandona la vida contra su propia voluntad, sino que también puede ser al revés: hay gente que la espera con los brazos abiertos porque decide que la vida no vale ser vivida, que el motivo por el cual uno respira ya no existe. En este punto, cuando uno decide finalizar, toca decir adiós. Toca decir con dolor y dudas en el pecho: ¡hasta nunca!
No obstante, esta experiencia me enseñó una hermosa lección que, por encima del dolor que deja la muerte al pasar, asimismo debe relucir la vida. Cuando uno se va, ¿quién no se ha dejado sumir por la pena lamentándose, maldiciendo a la muerte y a su fatal designio, tan certero y absoluto? Pero, ¿y de la vida? ¿Qué se dice de la vida?
Vemos a la muerte como la más feroz de los ladrones: nos roba un ser amado. Nos desprende de su sonrisa, su risa, su mirada, su cariño, su esencia. Y heridos, nos hundimos en la pena que la muerte nos deja, en el sufrimiento que nos acongoja y, en algunos casos, incluso nos mata.
Sin embargo, me gusta pensar que la muerte es un recordatorio de lo que muchos seres humanos presumimos y no cumplimos: vivir. Es ella quién nos recuerda que todos tenemos un final, que todos cruzaremos un umbral sin posibilidad de retorno así que, ¿por qué no celebrar la vida en lugar de llorar una muerte? Que el tiempo, en realidad, es finito y hay que exprimirlo al máximo.
Quien nos amó un día, si ya ha partido, nos deseará nuestra felicidad con su presencia o sin ella así que, tras llorarle, sonriámosle para rendirle la dicha que nos trajo. La vida fue magnífica con la persona a la que despedimos, pero puede seguir siéndolo, puesto que su muerte no implica un adiós absoluto: tal vez le veas en ese café por las mañanas, en ese aroma a lilas de su ropa, en la sonrisa de un niño pequeño, en esa lluvia repentina que os empapó en abril…
Ríndele homenaje a quien se ha ido, dile que la muerte no será un obstáculo para que dure tu afecto por él. Ámale aun si ya no llegas a alcanzar su mano, recuérdale aunque ya no comente esa fotografía contigo, sonríele a pesar de que no veas un rostro que puedas tocar porque sabes, por encima de todas esas cosas, que en tu interior lo seguirá haciendo. En tus recuerdos, en tu vida.
Toda persona deja huella allá por donde pasa, es absurdo creer lo contrario. Dejan su esencia, su aroma, su rastro y nosotros los conservamos como nuestro más preciado tesoro en nuestras memorias para recordarnos que, mientras no les abandonemos al olvido, vivirán de nuevo.
Así que no lloremos ni maldigamos mucho a la muerte por habernos obligado a despedirnos de la persona deseada. Si nos lamentamos que sea lo justo para celebrar, más tarde, todo el amor que nos dio aquel que dijo adiós y recordarnos, con decisión: vive hoy, porque quizá la muerte te esperará mañana.
Domingo 04/05/2014
BORJA HEREDERO

En alguna ocasión de mi corta vida llegue a plantearme la posibilidad de creer en una vida eterna, en olvidarme de pensar que la vida es real, que cada uno de los segundos que pasan no vuelven y que si no lo haces ahora, ese momento expirará sin mas...
La consciencia del ser humano esta predeterminada para vivir el presente, para disfrutar durante los primeros años de existencia de un sin fin de experiencias y emociones que no nos dejan ver, la crudeza de la realidad del final de la vida. Sin ser demasiado triste, hay que tener presente que la muerte no es más que una fase de nuestra vida, la ultima sin lugar a dudas, pero la única donde siempre se cumple su cometido.
La muerte me asustó siempre, en determinadas épocas de mi juventud soñé muchas noches con ella, en mis sueños no moría simplemente iban desapareciendo todos y cada uno de mis seres queridos y era la soledad lo que me mataba en vida.
El tiempo paso, la edad me consolido en la idea de aprovechar cada uno de los momentos que vivía, pero la muerte tenia una ultima lección que enseñarme y os prometo que fue la definitiva. Me arrebato a una de las personas que mas apreciaba en ese mundo, se lo llevo de repente, sin tiempo para reaccionar o digerir una perdida de tanto peso. Su decisión cambiaba mi mundo y no lo entendí hasta llegados unos años después.
La muerte como tal, es aterradora, una luz al final del túnel, una ultima despedida, un suspiro y un te quiero, una nota en un cajón, pero en el fondo de su desdicha nos muestra una lección que yo tome al pie de la letra. Morir es desaparecer en cuerpo pero vivir en alma, en cada rincón de cada persona que te añora, que te recuerda, que te extraña a cada momento.
El descanso eterno es siempre motivo de tristeza pero tenemos a nuestro alcance su vida eterna en cada uno de nosotros.
Si a mi me pregunta si le tengo miedo a morir, mi respuesta es si, me atemoriza la idea de abandonar un mundo que me lo ha dado todo, pero lo que realmente me aterra es la idea de ser olvidado, ya que sin recuerdos, simplemente desapareceremos....
Frase del Director
* No hay existencia sin presencia eterna*